Creo que en todas partes está nuestro destino:
el lápiz en la mano donde vamos nos sigue
con su garganta abierta, con su lengua que es látigo.
Como un maestro que tiene malos discípulos
a veces se enardece, nos odia y nos castiga;
ellos como los niños que no saben aún leer,
miran pasar los signos pensando en otra cosa
y vienen a pedir que yo se los enseñe.
¡Árbol, casa, montaña, rompiente de las olas,
huellas del barro negras, insecto entre las rosas,
guantes sobre la silla olvidados, arboleda,
dársena del adiós, pámpanos y tormentas,
manchas en las paredes de la demolición,
monedas de cincuenta centavos, lunas pérfidas!
En vosotros están los retratos variados
del tirano futuro que asolará la patria,
del ángel encendido que habrá de protegernos,
de la misteriosa casa que ocuparemos,
de la cara de nuestro rival o del amante.
Soy la sierva que mira lo que me enseña el amo,
la sierva que trasmite sus mensajes divinos
con mi mano y mis ojos vigilantes y absortos.