Al mate le debo mi obra. Si Susuki y Okakura Kazuzo hablan del té como una de las estéticas del zen, no veo porqué sería inoportuno escribir un tratado: El mate como disciplina zen del sudamericano. Pero no como una ironía o como un chiste, sino como algo dicho absolutamente en serio. A cuántos habrá salvado el mate en las épocas del hambre infinita. Es cosa de ver cómo ayuda a resistir, a conservar el equilibrio, la esperanza y a que no se pierda el centro. Sirve al solitario, pero también al ideal que es compartir. No hay cosa más linda que tomar mate con la mujer de uno. Maldito sea el que está compartiendo y no comprende. En su defecto que sea con un amigo. El mate es más compañero que el vino, y digo mucho. El vino traiciona como algunos hombres traicionan a sus mujeres. Como algunas mujeres traicionan a los hombres que viven con ellas. Pero el mate brinda y rodea de escudos. Más de uno no se mató porque todavía no se le había terminado la yerba. La bombilla de plata equivale a la flecha puesta en el arco zen.
Un mate, una vida.
El jardín de las máquinas parlantes Alberto Laiseca