30/11/17

Mary Oliver, En los bosques de agua negra

Mary Oliver
En los bosques de agua negra

Mirá, los árboles
transforman
sus propios cuerpos
en pilares
luminosos,
expelen la fragancia
de la canela
y la plenitud,
los conos alargados
de las totoras
estallan y flotan alejándose
sobre los hombros azules
de las lagunas
y cada laguna
no importa el nombre
que tenga, se despoja
del nombre ahora,
Cada año
todo
lo que he aprendido
a lo largo de mi vida
vuelve a esto: los fuegos
y el negro río de la pérdida
que del otro lado
tiene la salvación,
el significado que nunca
ninguno de nosotros
conocerá.

Para vivir en este mundo
debes ser capaz
de hacer tres cosas:
amar lo que es mortal,
sostenerlo
pegado a tus huesos convencida
de que tu vida depende de eso;
y cuando llegue el tiempo de dejarlo ir,
dejarlo ir.

14/11/17

Hoy son los caballos, mañana seremos nosotros. (La verdad sobre el caso Savolta (1975) Eduardo Mendoza)




─Te confesaré que me preocupa más el individuo que la sociedad y lamento más la deshumanización del obrero que sus condiciones de vida.

─No sé qué decirte. ¿No van estrechamente ligadas ambas cosas?
─En modo alguno. El campesino vive en contacto directo con la naturaleza. El obrero industrial ha perdido de vista el sol, las estrellas, las montañas y la vegetación. Aunque sus vidas confluyan en la pobreza material, la indigencia espiritual del segundo es muy superior a la del primero.
─Esto que dices me parece una simpleza. De ser así, no emigrarían a la ciudad como lo están haciendo.
Un día que le hablaba en términos elogiosos del automóvil meneó la cabeza con pesadumbre.
─Pronto los caballos habrán desaparecido, abatidos por la máquina, y sólo se utilizarán en espectáculos de circenses, paradas militares y corridas de toros.
─¿Y eso te preocupa ─le pregunté─, la desaparición de los caballos barridos por el progreso?
─A veces pienso que el progreso quita con una mano lo que da con la otra. Hoy son los caballos, mañana seremos nosotros.

9/11/17

La serpiente. Marqués de Sade



Todo el mundo conoció a principios de este siglo a la señora presidenta de C…, una de las mujeres más agradables y bonitas de Dijon, y todos la han visto acariciar y acoger públicamente en su lecho a la serpiente blanca que va a ser la protagonista de esta anécdota.

-Este animal es el mejor amigo que tengo en el mundo -le comentaba un día a una dama extranjera que había ido a verla y que mostraba curiosidad por conocer la razón de las atenciones que la bella presidenta prodigaba a su serpiente-. En otro tiempo amé apasionadamente -prosiguió ésta-, señora, a un joven encantador que se vio obligado a alejarse de mí para ir a cosechar laureles; al margen de nuestros encuentros convenidos, él me había pedido que, siguiendo su ejemplo, a unas horas determinadas nos retiráramos cada uno por nuestro lado a algún paraje solitario para no ocuparnos de nada en absoluto más que de nuestra ternura. Un día, a las cinco de la tarde, cuando iba a recogerme en un pequeño pabellón al extremo de mi jardín, para serle fiel en mi promesa, convencida de que ningún animal de esta clase hubiera nunca podido penetrar en el jardín, de pronto descubrí a mis pies a este encantador animalillo, al que, como bien podéis ver, idolatro. Quise huir; la serpiente se tendió delante de mí, parecía pedirme perdón, parecía asegurarme que bien lejos estaba de querer hacerme ningún daño; me paro, la observo; al verme tranquila se acerca, hace cien cabriolas a mis pies, unas más de prisa que las otras; no puedo contenerme y le paso la mano por encima, la acaricio delicadamente, la cojo y la pongo sobre mis rodillas, se arrebuja en ellas y parece que duerme. Una sensación de inquietud se apodera de mí… De mis ojos se escapan, a pesar mío, unas lágrimas que bañan a este animalillo encantador… Despertada por mi dolor, me mira…, gime…, alza su cabeza hasta mi seno…, lo acaricia y de nuevo se desploma anonadado… ¡Oh, cielos -grité-, todo se ha acabado; mi amante ha muerto! Abandoné aquel funesto lugar llevando conmigo a esta serpiente, a la que un misterioso sentimiento parece ligarme a pesar mío… Advertencias fatales de una voz desconocida cuyos ecos, señora, podéis interpretar como os guste, pero ocho días más tarde recibo la noticia de que mi amante había sido muerto en el preciso instante en que apareció la serpiente; nunca he querido separarme de este animal; sólo a mi muerte me abandonará; después de aquello me casé, pero con la explícita condición de que no la apartaría de mi lado.

Y tras estas palabras la gentil presidenta cogió la serpiente, la recostó contra su seno y le hizo dar, como si fuera un podenco, cien vueltas delante de la dama que la interrogaba.

¡Oh, Providencia!, si esta aventura es tan cierta como lo asegura toda la provincia de Borgoña, ¡qué inescrutables son tus designios!

FIN