06:40h | Antonio Martínez Ron | Madrid
Desde principios de los años 90, las ciudades más al sur de América quedan desprotegidas temporalmente bajo el agujero de ozono, sometidas durante horas a la peligrosa radiación ultravioleta
Los gobiernos argentino y chileno tratan de minimizar los riesgos sobre la población
Repartidos por más de cincuenta plazas y colegios, los semáforos de la ciudad de Punta Arenas conforman una particular red de alerta. Cuando alguno de estos dispositivos muestra la luz roja o morada, los habitantes de esta localidad del extremo más austral de Chile saben que la señal no tiene nada que ver con el tráfico, sino que se encuentran en una situación muy especial: la ciudad ha quedado expuesta bajo el agujero de ozono.
El fenómeno tiene lugar todos los años, entre los meses de septiembre y octubre, cuando el agujero que cubre la Antártida se desplaza hacia el norte y deja al descubierto las ciudades más al sur del continente americano. Durante esos períodos, que a veces duran hasta tres y cuatro días, los niveles de radiación ultravioleta se disparan y el riesgo de sufrir quemaduras aumenta de forma exponencial.
El profesor Félix Zamorano, del Observatorio del Ozono de la Universidad de Magallanes, y uno de los coordinadores de esta red de alerta temprana, asegura que el fenómeno es “relativamente violento” y que la incidencia está siendo limitada gracias a una afortunada circunstancia: cuando el agujero de ozono se coloca sobre el estrecho de Magallanes se produce una ola de mal tiempo y las nubes actúan como un filtro contra las radiaciones.
Los “quemados” del año 99
Por ese motivo, cada vez que el agujero coincide con períodos de buen tiempo, el número de quemaduras se incrementa de forma sustancial. “Las quemaduras más graves”, explica Zamorano, “se produjeron en el año 1999, cuando el período de exposición coincidió con varios domingos”. “La gente se quitaba la ropa y se exponía al sol sin conocer el peligro que estaban corriendo”.
Aún hoy, según nos cuenta la investigadora Susana Díaz, a cargo del laboratorio de Ozono de la localidad argentina de Ushuaia, la mayor incidencia se sigue produciendo cuando el agujero coincide con períodos de buen tiempo. Si además se produce algún acontecimiento social al aire libre, como la cabalgata que recorre Ushuaia cada 12 de octubre, explica Díaz, el resultado es “una larga variedad de quemaduras”.
Informaciones alarmistas
La primera vez que Punta Arenas quedó bajo el agujero de ozono fue en 1992. Los días 3, 4 y 5 de octubre de aquel año los niveles se situaron por debajo de 220 Unidades Dobson (UD), lo que equivale a estar desprotegido contra la radiación ultravioleta. “Fue el primer momento en que pasamos por el agujero”, recuerda Díaz. “Entonces no sabíamos cuáles podían ser las consecuencias ni cuales podían ser los niveles de radiación”.
Los medios hablaban en aquel momento de un agujero de ozono en expansión y Punta Arenas, y otras localidades ubicadas en los confines de la Tierra de Fuego, se convirtieron en una especie de laboratorio de pruebas de lo que un día podría ser nuestro planeta si el agujero de ozono seguía expandiéndose.
Veinte años después, las ciudades de Punta Arenas y Ushuaia no se han convertido en el escenario apocalíptico que algunos dibujaban y la incidencia del sol es mucho menor de lo esperado. “Aún en los días de mayor radiación”, explica la doctora Díaz, “los niveles son equivalentes a los que se viven en Buenos Aires o Santiago de Chile en pleno verano”.
Las mediciones de los científicos indican que las dimensiones del agujero antártico se han estabilizado, lo que les permite ser optimistas sobre el futuro: la reducción de emisiones de CFC a la atmósfera les hace prever que el agujero “estará totalmente cerrado hacia el año 2065”.
A pesar de todo, los casos de cáncer de piel se han incrementado un 106% en Chile en la última década, según datos de la Corporación Nacional del Cáncer, lo que ha llevado al Gobierno a adoptar varios sistemas de protección a nivel nacional.
Durante los días bajo el agujero, la radio de Punta Arenas recuerda insistentemente a los ciudadanos cómo deben protegerse: cubrirse con ropa de abrigo, utilizar gafas de sol y enfundarse un gorro que les proteja la cabeza.
En el resto del país, el gobierno chileno también ha aprobado una ley que obliga a los empresarios a “proteger eficazmente a los trabajadores cuando puedan estar expuestos a radiación UV” y la Corporación Nacional del Cáncer ha puesto en circulación unas pulseras fotosensibles, especialmente pensadas para los niños, que cambian de color a medida que aumenta el peligro de exponerse al sol.
El sistema se completa con una amplia red de los “solmáforos”, distribuidos por playas e instalaciones de todo el país. Los cinco indicativos de alerta informan del nivel de radiación según las condiciones atmosféricas y van acompañados de paneles informativos: desde el inofensivo verde que indica un bajo nivel de exposición, hasta los temidos rojo y morado, la señal de que la diversión ha acabado y llega la hora de ponerse a cubierto.
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