─Te confesaré que me preocupa más el individuo que la sociedad y lamento más la deshumanización del obrero que sus condiciones de vida.
─No sé qué decirte. ¿No van estrechamente ligadas ambas cosas?
─En modo alguno. El campesino vive en contacto directo con la naturaleza. El obrero industrial ha perdido de vista el sol, las estrellas, las montañas y la vegetación. Aunque sus vidas confluyan en la pobreza material, la indigencia espiritual del segundo es muy superior a la del primero.
─Esto que dices me parece una simpleza. De ser así, no emigrarían a la ciudad como lo están haciendo.
Un día que le hablaba en términos elogiosos del automóvil meneó la cabeza con pesadumbre.
─Pronto los caballos habrán desaparecido, abatidos por la máquina, y sólo se utilizarán en espectáculos de circenses, paradas militares y corridas de toros.
─¿Y eso te preocupa ─le pregunté─, la desaparición de los caballos barridos por el progreso?
─A veces pienso que el progreso quita con una mano lo que da con la otra. Hoy son los caballos, mañana seremos nosotros.
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