24/11/11
La azucena del bosque
Leyendas Guaraníes del Paraguay
"La azucena del bosque"
Hace muchos, muchos años, había una región de la tierra donde el
hombre aún no había llegado. Cierta vez pasó por allí I-Yará (dueño de las aguas)
uno de los principales ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho
al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo
de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el
dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región.
Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá, pues era de
color rojizo.
Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá
encargó a I-Yará que amasase dos mujeres.
Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y
contentas, vivían las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del
lugar, alimentándose de raíces y de frutas y dando hijos que aumentaban la
población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.
En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no
hubiese cambiado su modo de vivir.
Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú (algarrobo)
apareció junto a una roca un animal que parecía querer atacarlo. Para
defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de
alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas
chispas.
Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el
hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una
y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se
producían las mismas vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego.
Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarí
(cerdo salvaje - jabalí) y como no acostumbraban comer carne, no supo qué
hacer con él. Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le ocurrió
arrojar en él al animal muerto. Al rato se desprendió de la carne un olor que
a Morotí le pareció apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el
gusto era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a las mujeres
de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.
Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué habían sido
tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer.
La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su
inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les
sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los
otros.
En esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre las dos
familias nació una rivalidad que nadie hubiera creído posible hasta
entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza
demostrada en el manejo de las armas, la mejor puntería... todo fue motivo de
envidia y discusión entre los hermanos.
Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos
contra otros, que decidieron separarse, y Morotí, con su familia, se alejó
del hermoso lugar donde vivieran unidos los hermanos, hasta que la
codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro
extremo del
bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia.
Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado hermanos para
que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar;
pero ellos no habían sabido corresponder a favor tan grande y debían sufrir
las consecuencias. El castigo serviría de ejemplo para todos los que en
adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo para vivir en paz y
para amarse los unos a los otros.
El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras
se recortaban entre los árboles y el trueno hacía estremecer de rato en
rato con su sordo rezongo. Los relámpagos cruzaban el cielo como víboras de
fuego Llovió copiosamente durante varios días. Todos vieron en esto un mal
presagio. Después de tres días vividos en continuo espanto, la
tormenta pasó
Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo) del bosque,
un enano de enorme cabeza y larga barba blanca. Era I-Yará que había
tomado esa forma para cumplir un mandato de Tupá.
Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en un claro del
bosque. Allí les habló de esta manera:
Tupá, nuestro creador y amo, me envía. La cólera se ha apoderado de él
al conocer la ingratitud de vosotros, hombres. Él los creó hermanos para
que la paz y el amor guiaran vuestras vidas... pero la codicia pudo más que
vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la
envidia. Tupá me manda para que hagáis la paz entre vosotros: iPitá!
iMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda!
Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se confundieron en un
abrazo, y los que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban
perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo que
crecía y crecía ...
Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas
moradas. A medida que el tiempo transcurría, las flores iban perdiendo su color,
aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo)
y Morotí (blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la
paz entre los hermanos.
Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres que deben
vivir unidos por el amor fraternal, es la "AZUCENA DEL BOSQUE".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario