13/2/17

Lie Zi , El libro de la perfecta vacuidad







Kan Ying fue un gran arquero de los tiempos antiguos. Sin disparar, con solo extender su arco, las bestias se desplomaban y los pájaros caían. Tuvo un discípulo llamado Fei Wei que lo superó en habilidad. A su vez, Fei Wei le enseñó el arte de la arquería a Chi Ch'ang.


Fei Wei le dijo a Chi Ch'ang: "Antes de empezar a hablar de arquería deberías aprender a no parpadear".


Chi Ch'ang volvió a su casa y se tendió de espaldas debajo de el telar de su mujer, con sus ojos muy próximos a los pedales. Después de dos años consiguió no parpadear, aún cuando la punta de una aguja le cayera en un ojo. Fue a contárselo a Fei Wei, quién le contestó: "Todavía no es suficiente. No voy a estar satisfecho hasta que no aprendas a mirar. Volvé cuando puedas ver lo pequeño como si fuera grande y lo difuso como si fuera nítido".


Chi Ch'ang volvió a su casa, ató una pulga con un pelo de cola de yak, la colgó de la ventana y se puso a mirarla a contraluz desde cierta distancia. En diez días la empezó a ver más grande; al cabo de tres años la veía del tamaño de una rueda de carreta. Cuando obsevaba otras cosas de la misma manera, éstas parecían colinas y montañas. Entonces, con un arco hecho de cuerno y una flecha de madera del norte, le disparó a la pulga y le atravesó el corazón, sin que se rompiera el pelo del cual colgaba. Fue a contárselo a Fei Wei, quién dando un salto y golpeándose el pecho le dijo: "Lo conseguiste".


Cuando Chi Ch'ang hubo aprendido todo lo que Fei Wei tenía para enseñarle, consideró que sólo ese hombre en el mundo podía compararse con él. Entonces planeó asesinar a Fei Wei. Los dos hombres se encontraron en un descampado y se dispararon mutuamente. Las puntas de sus flechas chocaban en el aire y caían a tierra sin levantar polvo. Fei Wei fue el primero en quedarse sin flechas. A Chi Ch'ang todavía le quedaba una; cuando la disparó, Fei Wei la rechazó con la punta de una rama de zarza. Entonces ambos arrojaron sus arcos y se echaron a llorar, inclinándose cada uno ante el otro hasta que sus cabezas tocaron el suelo. Decididos a convertirse en padre e hijo, sellaron, mediante un corte en el brazo, un pacto por el cual se comprometieron a no enseñar su arte a nadie más.